Guillermo Hunt: Era 1985 en Washington D.C., en Mrs. Simpson’s

Historias del Embajador Guillermo Hunt

Avenida Connecticut 2.915, Woodley Park. Zona residencial tradicional de la ciudad con edificios de alto y bastantes ¨row-houses¨ centenarias., pero bien preservadas. Algunas transformadas en comercios y oficinas. Barrio antiguo de Washington, cerca del Rock Creek Park.

Pero allí está Mrs.Simpson´s. Bajo perfil, sólo para conocedores. En homenaje a Wallis, que siempre interesó e intrigó mucho más de lo que reconocieron a los americanos. Ni qué decir a los británicos.

Es un restaurant. Decorado con ¨memorabilia¨ de Wallis y el Rey que abdicó por ella. Habrá sido sólo por ella? Fotos de ambos, fotos de objetos que a ellos pertenecieron, por supuesto una foto de la famosa carta con el mensaje de abdicación que el Rey habría de leer por radio al pueblo del Reino Unido. Y que muchos años después fue subastada por Sotheby´s.
Dos grandes remates de Sotheby´s, especialmente el primero por las joyas, con catalógos soberbios, que no perdonaron objeto alguno del duque de Windsor y su esposa americana.

En el restaurant, no mucha luz. No demasiadas mesas. No muy cerca unas de otras.

Todo allí invita al encuentro discreto. Casi furtivo. Los comensales de mediana edad. Americanos, todos vestidos de traje con corbata y la típica camisa con botones en el cuello. Casi un uniforme en el D.C. para congresistas, asesores, funcionarios del ejecutivo, lobbistas, etc. Damas relativamente jóvenes y otras no tanto. Elegantes, en ¨trajecito sastre¨ como decía mi madre. Casi todos-todas, vestidos para no llamar la atención.

Elizabeth en una mesa, con anteojos grandes y pelo rubio, tan rubio que podría ser una peluca, delgada, elegante pero sin sofisticación, mirada penetrante, está almorzando (trabajando) con un americano, típico traje azul, camisa blanca, corbata amarilla con algún dibujo que no alcanzo a distinguir. Casi un uniforme republicano o de ejecutivo de un banco. O quien sabe, nadie sabe lo que Elizabeth realmente hace… Será un almuerzo de negocios? Sus sonrisas pícaras, casi adolescentes, hacen pensar que lo está seduciendo…

Yo fui invitado a almorzar por un colega de la embajada del Brasil. Siempre muy profesionales, los diplomáticos de Itamaraty, quieren saber detalles sobre la historia de las Malvinas. Por esos días, nuestra Sección de Intereses en el Reino Unido, funcionaba en la Embajada de Brasil en Londres. Trato de guiarlo por la mejor bibliografía en castellano e inglés. Le acerco la ponencia de Argentina en la Asamblea General de la ONU cuando se aprobó la Resolución 2065. Inmejorable resumen sobre la historia de la controversia y sobre nuestros inobjetables derechos de soberanía. Pero su gran interés está en conocer los documentos británicos donde ellos mismos expresan serias dudas sobre sus propios argumentos jurídicos. Nada más ni nada menos!!!

Mi amigo brasileño no se resiste en mirar repetidas veces a Elizabeth. Insistente, casi rayano en la descortesía. Se lo comento; de reojo creo percibir cierta incomodidad, nerviosismo, en ella. Pero rápidamente se recompone. Se habrá sentido vigilada? ¿Pensará que el hombre de Itamaraty trabaja en en el J.Edgar Hoover Building, en el D.C.?

Otra mesa casi escondida en una esquina del restaurant. Una pareja joven. El me resultaba conocido. Parecía Steven, un argentino que estaba haciendo un MBA en Boston. Ella me impactó. Intenté todos los trucos para observarla sin que se notara. Parecía hija de Wallis; más bien parecía Wallis más joven. El mismo corte de cara; peinado similar; la misma sonrisa… Increíble el parecido!!! Tal vez la contrataban para impresionar a los comensales; para aumentar la confusión entre pasado y presente… Mi colega me había avisado que había ¨memorabilia¨ de Wallis, pero Wallis en persona, aunque fuera otra persona…!

Muchos fantasmas… En la mesa más cercana a nosotros, se sentó un hombre de estatura media e impronta militar. Sin uniforme militar, pero de todos modos, uniformado. Ostentando el insólito ojal en la solapa para el tercer botón, del traje de
tres botones de Brooks Brothers, marca registrada del ¨establishment¨ estadounidenese. Su acompañante hablaba inglés con claro acento hispano. Ambos percibieron que el brasileño y yo hablábamos alternadamente portugués y castellano. Bajaron la voz. Imposible escuchar…

Otra mesa a pocos metros era ocupada por un hombre relativamente joven, pelado y con anteojos, que hablaba de economía. Lo acompañaban en el almuerzo una pareja con aire de estudiantes de Georgetown University. Hablaba de la ¨interdependencia¨ entre las economías de los diversos países, palabra que estaba cada vez más de moda en el vocabulario de los internacionalistas, la cual, decía, quedaba en evidencia por la suba de las tasas de interés en múltiples países. Decía también que el déficit fiscal estadounidense había sido la principal influencia en la economía mundial en los últimos dos años y el responsable por dicha suba de las tasas de interés, así como por el fortalecimiento del dólar.
Dicho súper-dólar, habría favorecido las exportaciones al mercado americano de Europa, Japón y América Latina y era en parte responsable por el déficit comercial de los Estados Unidos que hacía ruido todos los días en la prensa local. Pero al mismo tiempo había obrado como una aspiradora de dólares hacia el país del norte, de una magnitud bastante parecida a dicho déficit comercial.
Según él, era necesario bajar las tasas de interés en Estados Unidos, para lo cual el mejor camino era recortar el déficit fiscal y así facilitar una devaluación del dólar que debería rondar el 35%.
Mi amigo y yo nos miramos. Nos dimos cuenta que hacía varios minutos que estábamos mudos, haciendo un esfuerzo para escuchar todos los detalles de esta evaluación económica de una cara tan conocida, que nos parecía había ocupado una oficina importante en la Casa Blanca hasta el año pasado.

Había una mesa con dos comensales, ambos por el acento, estadounidenses. Uno de ellos, que parecía llevar la palabra, seguramente alrededor de los ochenta años, hablaba casi dando una clase, sobre la defensa del interés nacional en la política exterior. Decía que el interés nacional estaba conformado por la seguridad militar, por la salud de las instituciones y la vida política del país y por el bienestar material de la población. Creo haberlo visto sonreír cuando su interlocutor le preguntó si esa era su opinión o la del Sr. ¨X¨… Rápidamente respondió que tal vez el Sr.¨X¨nunca hubiera existido si su jefe de misión, un renombrado Embajador, no se hubiese ausentado dejándolo a él como encargado de negocios, oportunidad que aprovechó para escribir el informe que lo haría famoso.
Yo había asistido a una conferencia por él pronunciada tiempo antes en Princeton University. Sabía quién era. Mi amigo brasileño se comportó como si él también supiese, que uno de los formuladores más importantes de la política exterior americana de post-guerra, almorzaba a pocos metros de nosotros.

En el rincón menos iluminado, creí percibir las figuras de dos conocidos míos. El de mayor edad, rubio, ojos claros, con apellido italiano, vivía en Ohio. Aunque un domingo cuando salíamos de misa en McLean, creí haberlo visto acompañado por una mujer que parecía su esposa. Sería él? Me habré confundido? Viviría en Ohio, o en Virginia cerca de Langley y el Potomac River? Decía que viajaba mucho a Washington DC porque era consultor, lobbista de empresas de su estado, en fin…
Almorzaba con otro americano, pelo castaño, alto, que hablaba siempre muy bajo y pausado. Lo conocí en alguna embajada y me había dado su tarjeta. Era consultor económico de empresas de transporte de carga (en esa época no estaba de moda la palabra ¨logística¨). ¿Serían amigos, socios, colegas? ¿Estarían discutiendo algún negocio? ¿Serían quienes decían ser…? No me preocupé. Esto era Washington y en Mrs. Simpson´s… donde nada era exactamente lo que parecía ser…casi como la propia Wallis…

Estábamos ya en el postre cuando entró una mujer alta, rostro rectangular, arrugas marcadas, ojos claros, paso firme. La acompañaba un hombre bastante más joven, bajo, casi rubio, con un naciente abdomen que no permitía dudar que era más intelectual que deportista. Me pareció que era un amigo mío, especialista en América Latina de uno de los ¨think tanks¨ más importantes de Washington y especialmente influyente en el Gobierno Reagan. Siempre me contaba su frustración en la época de la guerra de Malvinas, por no lograr hacerles entender a los militares argentinos inmediatamente después del 2 de abril, que tenían que negociar, que la alianza anglo-americana estaba anclada en una historia común y en sangre derramada en dos guerras mundiales… La mujer, estoy casi seguro, había sido una embajadora muy importante. Muy influyente en el Gobierno Reagan. Los sentaron en una mesa casi escondida. Evidentemente no querían ser escuchados.

En otra mesa, el decano de una de las más importantes facultades de ciencia política y relaciones internacionales de Estados Unidos, cuya sede para estas cuestiones era Washington D.C., se explayaba sobre la importancia que el llamado ¨Plan Baker¨ para la economía, fuera exitoso. También se preguntaba cuál sería el rumbo que el nuevo liderazgo de Gorbachev traería para la Unión Soviética y para la política internacional en su conjunto. Alto, siempre elegante, pelado, con anteojos redondos, también era considerado especialista en América Latina. Su interlocutora y compañera de mesa, era una especialista en economía agropecuaria, que por lo visto sólo se interesaba en hablar del tema. Le decía al decano, que el mundo estaba condenado a un excedente de la producción granaria imposible de absorber y que la demanda no lograría alcanzar a consumir la oferta creciente en casi todas las regiones. Según ella, la tecnología parecía no encontrar techos productivos, y el consumo de alimentos crecía lentamente. Malas noticias para los países productores de granos como Argentina y Brasil. Con mi amigo nos miramos, casi con cara de susto. ¿Sería realmente así?

La ¨cheesecake¨había llegado a su fin. Mi amigo pagó la cuenta. Sentí que, de pronto, estaba apurado en salir. Cuando llegamos a la puerta, vi que Elizabeth y su acompañante salían delante nuestro. Un Lincoln con chofer los esperaba. Mi amigo me miró. No dijo nada. Sentí la envidia, el deseo, en sus ojos. Pero diplomático al fin, trató de disimular su frustración. Tal vez otro día, quien sabe, en algunos de los no tantos lugares que el mundillo de la política y la diplomacia de Washington frecuentaba, la volviese a encontrar. Me llevó en su auto hasta Dupont Circle. Nos despedimos con la promesa de un próximo almuerzo para seguir profundizando en la historia de las Malvinas. Le dije que volveríamos a Mrs.Simpson´s. Sin que pronunciase palabra, sentí agradecimiento en su mirada cómplice.

(Ficción basada en personajes reales)

Guillermo Hunt
Embajador Argentino
guillermojhunt@gmail.com

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